Login_Crecimiento y sentido. Crecer sin acumular 5/6

El sábado 13 de febrero organizamos el segundo Login_ del proyecto Login_MicroEmprendimiento_entre_mujeres para investigar las especificidades del microemprendimiento social urbano practicado entre mujeres de la ciudad de Madrid. En esta segunda sesión nos hacemos algunas preguntas sobre cómo construir relaciones confiables y duraderas y a la vez dinámicas y flexibles.

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Un club de ajedrez. El tablero en el centro

El ajedrez es una actividad deportiva, bastante masculina y poco innovadora. Hemos invitado a Javier para que nos cuente cómo funciona su club de ajedrez federado,
pensando que entender cómo funciona algo que nos resulta ajeno puede ayudarnos a dialogar con nuestras propias experiencias y abrirnos a nuevas preguntas.
Pero, antes que nada, vamos a justificar el interés de esta invitación.

Colaboratorio_login_Jabuti

No lo es, pero se le parece

Un club de ajedrez no es un emprendimiento. Es un deporte o un juego competitivo que persigue un resultado: ganar. También los emprendimientos persiguen resultados: vender, sostenerse económicamente…
Los clubes federados, compiten en una liga que clasifica los equipos por su calidad de juego. Hay ligas de primera, de segunda, regional, etc. Los resultados de las partidas son visibles y evaluables, se ve quién ganó y quién perdió. Los mértios son explícitos. No así en nuestros emprendimiento, en los que tratar sobre pérdidas y ganancias o sobre méritos y contribuciones individuales suele ser incómodo.
La finalidad de las personas que se reúnen en un club es garantizar que pueden jugar. El centro del grupo es la práctica del ajedrez. Viene a ser el servicio / producto que ofrecería una empresa.
Por tratarse de un deporte de competición, la práctica del ajedrez es explícitamente competitiva. Los emprendimientos también se desarrollan en condiciones de competencia, pero estas no son tan visibles.
Para desarrollar una actividad competitiva se tienen que gestionar los méritos (las contribuciones) de cada persona. Aunque esa gestión se hace en todo tipo de grupos, no siempre se hace de forma tan visible y explícita.
El desarrollo de la actividad exige una cierta eficiencia porque cada domingo hay que conseguir presentarse al torneo con los equipos formados, teniendo en cuenta que la participación es voluntaria y que el compromiso puede ser fuerte o débil. El ritmo de las decisiones es constante y no puede parar. Por tanto, los procesos grupales (consenso, arreglos, solución de conflictos) se han de dar sobre la marcha, sin detener ni perjudicar a la actividad principal. Igual suele ocurrir en una empresa.

El valor del ajedrez

Javier es profesor de ajedrez y da clases extraescolares en algunos colegios públicos a niñas y niños. Él resalta el valor social del juego. Cualquier persona en el mundo puede jugar. “Hay tontos, listos y medianos” dice, contradiciendo el prejuicio de que es un juego para personas muy inteligentes. Se puede jugar toda la vida, desde los tres años hasta la vejez. “Es como el caminar” y es una buena herramienta educativa, que genera capacidad de abstracción. A pesar de ser una actividad o juego individual, el entrenamiento o la enseñanza colectiva permite el aprendizaje conjunto: aprende el alumno pero también quien lo enseña.
El ajedrez se usa para tratar la hiperactividad, el alzheimer o algunas adicciones. Hay muchas formas de jugarlo: puede ser adictivo, una forma de socialización, una forma de vida, una forma de trabajo… Para él, cada partida es un relato construido entre las dos personas que juegan, y parte de esa magia tiene que ver con que para jugar y construir ese relato a base de mover las piezas no es necesario conocerse, ni siquiera hablar el mismo idioma. En casi cualquier lugar del mundo se puede jugar al ajedrez y, de hecho, cuando viaja buscan los lugares públicos en los que hacerlo.
Javier forma parte en un club de ajedrez federado. Cada temporada, según las personas disponibles, el club forma sus equipos. Cada equipo pertenece a una categoría determinada, dependiendo de sus resultados anteriores y, como en el fútbol, la competición se organiza por ligas.

Buenos, malos y regulares

El club al que pertenece Javier es un club de barrio, que originalmente formó parte de la asociación de vecinos. Cada domingo se compite, un domingo en casa y otro fuera, por lo que es imprescindible tener un local donde, domingo sí, domingo no, acoger a los jugadores del equipo contrario. Además, el local se usa para guardar el material. Allí se guardan los relojes, los tableros,  etc. y se utiliza los domingos para montar las mesas en las que colocar, más o menos quince tableros. En los dieciséis años de historia del club han recorrido muchos locales, llegando a jugar en algún centro social “okupado”, bares, una galería de arte o una parroquia conservadora. Ahora están en un local fuera del barrio. El club es nómada. No hace ascos a ningún local. La prioridad es tener un sitio en que la actividad se siga realizando y la “neutralidad” de la actividad y del grupo (no conlleva un posicionamiento ideológico, político) les ha permitido habitar tanta diversidad de lugares. La composición del grupo responde a una logística y a unas alineaciones. Son algo más de veinte personas, casi todos hombres, y hay algunos lazos familiares entre personas de
varias generaciones de la misma familia. Todos los domingos compiten en tres equipos de cinco o seis personas que corresponden a tres niveles de juego.
Javier explica que para la continuidad del club es necesario tener jugadores de todos los niveles (buenos, regulares y malos).Los “buenos” aportan lo que, metafóricamente, podríamos llamar la “producción”.

Torneo_mercado

Consiguen resultados y mantienen abierto un espacio de calidad de juego para que otros (que aprenden o entran) se puedan incorporar. Así el club ofrece una expectativa de ascenso que motiva a algunos de sus miembros (no olvidemos que el ajedrez es un juego competitivo). Los “regulares”, los que todavía no son tan buenos, o los que la temporada anterior se han estresado y necesitan recuperar fuerzas, aportarían, siguiendo con la metáfora, la “preproducción”. Aunque no aporten resultados tan buenos, son necesarios para mantener abierto un espacio en el que los “buenos” puedan “reposar” una temporada, jugando con menos exigencia, sin tener que abandonar el club. Y también son necesarios para posibilitar la rotación, cuando alguno de los “buenos” está enfermo o no puede ir.
Esta configuración, un equipo bueno y otro regular, es más sólida que dos equipos buenos. Aunque aparentemente pueda parecer lo contrario, el club sería más débil si tuviera dos equipos buenos, ya que los flujos internos quedarían más estancados. Sería más rígido, menos dúctil.

Y, finalmente, los “malos” son necesarios para mantener abierto un espacio de cantera, donde puedan integrarse nuevos jugadores que, con el tiempo, quizás nutrirán los otros dos niveles. Además los “malos” aseguran la permanencia del club como grupo, independientemente de sus resultados en la liga, ya que su principal motivación no es jugar la liga (puesto que no tienen nivel para ello), sino practicar el ajedrez como actividad social, en encuentros informales todas las semanas.
Cada equipo tiene un capitán que cada semana decide quién juega y quién no. Su papel es asegurar que todos los convocados estén cada domingo y debe ser ecuánime. Hay que mantener un equilibrio entre las disponibilidades de los jugadores, mantener el nivel de puntuaciones del equipo, para no bajar de categoría, y que todas las personas del equipo jueguen al menos algunas veces, aunque no tengan tan buenos resultados.

Para armar los equipos hacen una reunión al año. No son asamblearios ni les interesa una estructura horizontal. “Es gente ‘gris’, de costumbres solitarias, con sus egos, sus rarezas, y no es en la asamblea donde intercambian, hablan, se relacionan, sino en el tablero”, dice Jabuti.

Cuando todo funciona, hay un equilibrio, una correspondencia, entre la dimensión individual y la grupal, donde lo colectivo es el club y lo individual es lo que se hace en el tablero. Entre estos dos planos, el club permite diferentes modos de implicación, porque incluso la gente no muy implicada aporta y es necesario que esté. Por eso, la participación horizontal no sirve para tomar decisiones y la organización corre por cuenta de los capitanes de los equipos.

En el club lo esencial es seguir jugando al ajedrez. Continuamente hay peleas o enfados, pero el juego continúa estando en el centro.

El club de ajedrez nos habla de que lo esencial es la práctica del ajedrez, y eso se tiene que hacer viable aceptando que los demás no son como te gustaría. Todo lo contrario que una idealización, ha quitado capas de cebolla prescindibles hasta llegar a lo que para ellos es lo importante: continuar jugando. Admiramos esa simplicidad en el modelo, y nos quedamos pensando sobre si sabríamos identificar con tanta claridad qué sería lo esencial en cada uno de nuestros emprendimientos.

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