Login_Dinero, empleo y sostenibilidad de la vida 2/5

El sábado 14 de noviembre organizamos el primer Login_ del proyecto Login_MicroEmprendimiento_entre_mujeres para investigar las especificidades del microemprendimiento social urbano practicado entre mujeres de la ciudad de Madrid. En esta primera sesión nos hacemos algunas preguntas sobre el cuidado, el dinero, el trabajo y el empleo.

La Eskalera Karakola. La distancia entre emprender y buscarse la vida

La Eskalera Karakola, EKKA, es un centro social autogestionado que nace en Madrid en el año 1996. Algunas mujeres que formaban parte del movimiento de “okupación” deciden en noviembre de ese año “okupar” una casa y disponer de un espacio autónomo y propio. Los proyectos que se alojan en la EKKA se inspiran en la autonomía y la autogestión pero sobre todo se consideran feministas.

Karakola

Marta fue una de las protagonistas de esos primeros años y nos cuenta cómo la Eskalera surge con un grupo de mujeres (y quizá una época) que no desea trabajar. Trabajar es vender tu energía al capital y eso es «perder la vida». Hay otras cosas importantes que hacer y el trabajo asalariado es sólo un peaje, la manera de conseguir renta para poder vivir. Así, la relación con la obtención de renta ya no se coloca en el centro del proyecto vital y hay un “devenir buscavidas”, que implica renunciar a una carrera profesional. El contexto, de abundancia de trabajos temporales, facilita esta estrategia que hoy, en un periodo de mucho paro y donde el puesto de trabajo parece un bien escaso, este planteamiento puede resultar difícil de entender.

A lo largo del tiempo, el espacio ha requerido dinero para mejorar su habitabilidad y las mujeres que iniciaron el proyecto se han hecho más mayores, quizá se cansaron de la incertidumbre y del vivir con tan poco dinero o sus necesidades básicas se incrementaron.

¿En qué punto están ahora las mujeres que habitan la Karakola?

Hablamos de casi 20 años de historia que, por ejemplo, para Anouk, han representado épocas de conexión y desconexión. Aunque participa de manera activa desde hace muchos años, no conoce bien a todos los colectivos que habitan este espacio feminista en la actualidad, por lo que no puede hablar en nombre de todas. Lo que sí que percibe es que en la EKKA se separa la militancia de la forma de conseguir renta de sus habitantes, la relación entre forma de vida, trabajo y obtención de renta no es un tema de conversación en el espacio.

Anouk

Ana plantea que parte de ese cambio puede ser debido a las diferencias espaciales. Inicialmente, la Eskalera Karakola era una casa okupada, y esta configuración de hogar favorecía tal vez la creación de una intimidad que ayudaba a pensarse y generar conocimiento desde las propias vidas.
Ahora, la EKKA está compuesta de dos locales reformados y alquilados y el centro social es más una agregación de diversos colectivos que comparten un mismo espacio que un colectivo que elabora un pensamiento común. Dejar de estar en una casa implica que la sostenibilidad de la vida deja de estar en el centro y se pasa a una mayor apertura en la que cualquier persona o grupo que se autogestione y sea feminista puede participar.
¿Existe una dimensión económica en la karakola?

En la Karakola se han dado diversas iniciativas que han servido para autofinanciar el espacio como un bar, un comedor vegetariano o una tetería. También ha acogido proyectos que proporcionaban una pequeña renta a algunas personas implicadas como una escuelita libre, clases de yoga o idiomas. Además, el espacio es el lugar de reparto y recogida de varios grupos de consumo del barrio que compran directamente a diversos productores alimentos ecológicos.

Ana

Sin embargo, la propuesta de abrir un coworking para que personas que no tienen oficina puedan trabajar en un lugar fuera de casa y que les permita cooperar, compartir información, pasarse trabajos, etc. ha sacado a la luz algunas tensiones relacionadas con el manejo del dinero y del trabajo.

¿Qué hace que algunas iniciativas que suponen manejo de dinero sí puedan llevarse a cabo en un espacio como este y otras no?

Se permiten actividades económicas cuando la retribución de quién las lleva a cabo es mínima. Además, la actividad debe estar abierta a la participación de cualquiera, como en el caso de las clases. En el caso de los grupos de consumo, no se cuestiona el apoyo a la apuesta empresarial de quienes producen, más bien al contrario: hay un fuerte compromiso con la sostenibilidad de proyectos de economía social.
El uso del local para repartir verduras o como lugar de coworking implica en ambos casos que el recurso finito del espacio disponible no puede ser usado por otros grupos o proyectos. Sin embargo, en el caso de la producción agrícola la actividad principal se desarrolla fuera de la Karakola y el espacio de reparto, aunque imprescindible para la actividad, puede trasladarse a otro lugar: tal vez esto es lo que hace que se acepten los grupos de consumo y, sin embargo, haya la sensación que algo como un coworking no cabe aquí.

De la EKKA no han surgido proyectos empresariales, aunque su construcción como espacio colectivo y sus prácticas han sido una escuela de feminismo para algunas mujeres que han participado y han logrado rentabilizar esos saberes en ámbitos académicos como investigadoras o especialistas en género o feminismos. Como en el caso de la producción de verduras, el ejercicio principal de la actividad académica o investigadora se da fuera del espacio compartido.

Pensando_Karakola

Con la propuesta del coworking parece explicitarse una dificultad, no del manejo de dinero en sí mismo, sino de la gestión de un proceso que genera una renta individual dentro. ¿Qué estatuto tiene una persona que está generando un dinero privado?, ¿a quién se le dice que si y a quién que no?, ¿qué actividades se permiten y cuáles no?, ¿cuándo se considera que los ingresos son estables y suficientes para hacer que la actividad migre a otros espacios?, ¿quién y cómo lo controla?, ¿qué retornos se establecen para el común?

La dificultad de gestionar toda la complejidad que surge al abrir un espacio donde generar trabajo y posibilitar la generación de renta individual, parece anular una alternativa para colectivizar las consecuencias de la precariedad y compartirlas sin constituir una empresa u otro tipo de estructura formal.

¿Trabajo o emprendimiento?

Hay un conflicto con las estrategias que se centran en conseguir renta propia. El interés propio parece malo, aunque la consecución de una renta resulte imprescindible para lograr una vida digna, para sostener la vida. Pero ganar dinero con tu trabajo se vincula al lucro y a la privatización de un espacio que es de todas.
Del mismo modo, tensiona la palabra emprendimiento. Encontramos en la conversación dos definiciones de emprender. Por un lado, como una manera de organizar recursos y personas para posibilitar una actividad económica y, por otro, como acción transformadora que construye una nueva forma de hacer relaciones socioeconómicas y culturales.

Espacio libre de dinero privado

Quizá hay algo más que los cambios en la configuración del espacio que no ponen la manera de conseguir renta en el centro, quizá algo del espíritu de esas primeras mujeres que no querían trabajar sino vivir ha perdurado en la Karakola. Este tipo de tensiones se dan en otros centros sociales o espacios reivindicados como políticos o militantes.

Ana cree que la Karakola es un espacio esencialmente político y plantea que, en este tipo de colectivos, la vivencia del dinero puede ser vivida como problema. Lo que hago está legitimado porque lo hago sin llevarme nada a cambio, no gano dinero. De alguna manera flota en el ambiente una idea que plantea que «si la política, la lucha, además de transformar, de divertirme, me posibilita ganar dinero resulta demasiado. El dinero es tabú. El trabajo nos da renta y la necesitamos, pero nosotras trascendemos al dinero.»

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