El sábado 13 de febrero organizamos el segundo Login_ del proyecto Login_MicroEmprendimiento_entre_mujeres para investigar las especificidades del microemprendimiento social urbano practicado entre mujeres de la ciudad de Madrid. En esta segunda sesión nos hacemos algunas preguntas sobre cómo construir relaciones confiables y duraderas y a la vez dinámicas y flexibles.
Nos encontramos en una cafetería en el barrio de Lavapiés. Algunas personas estuvieron en el primer Login_, aunque la mayoría son caras nuevas. Hemos crecido en número y superamos la veintena. Y, sin más, empezamos con Alida Díaz, co-investigadora invitada en este Login_. Le pedimos que nos ofrezca un marco inicial sobre crecimiento y sentido, un boceto con preguntas o apuntes inspiradores que pueda servirnos de mapa a lo largo del recorrido.
¿Qué es crecer?
Alida empieza explicando que si aceptamos que nuestro marco de funcionamiento es la crisis y que esta crisis no es coyuntural, ni es un impasse, ni es un momento de interrupción de la normalidad sino un estado más o menos permanente, entonces ya no podemos plantearnos el crecimiento personal o de nuestros microemprendimientos colectivos desde la lógica del trabajo asalariado, ni desde la lógica del estado garante. Los lugares que creíamos seguros se desvanecen y no nos espera un lugar vacante al que volver cuando la tormenta pase.
Tampoco pensaremos el crecimiento desde las ideas de productividad, eficiencia, beneficio, competencia, ganancia o crecimiento ilimitado. Es decir, desde la dicotomía obsoleta que discrimina entre el mundo público / productivo / de lo económico, que se mide en términos monetarios, y el mundo privado / de la reproducción / de lo no económico, que no se mide en términos de dinero.
Nuestros intentos de microeconomías, solas o con otras, son una respuesta a este nuevo funcionamiento en crisis. Para ellos recuperamos lenguajes y modos de organizarnos que provienen de nuestros hogares (entidades económicas de primer orden), del taller artesanal, de la cooperativa, de la feria, del banco de tiempo, de la asociación, del centro social, del grupo de consumo, de los espacios de trueque, de los de crianza…
Desde estos lugares, las preguntas comunes acerca del crecimiento, podrían ser: ¿Cómo damos consistencia a estas experiencias de otras economías? ¿Con qué reglas? ¿Con qué valores? ¿Con qué estrategias sostenemos el sentido primero de nuestros emprendimientos, aquello que de ningún modo querríamos perder por el camino?
Crecer es reorganizar el tiempo de todos los trabajos
Para muchas de nosotras, entre los primeros deseos está el de liberar tiempo, liberarlo del trabajo para darlo a la vida, es decir, disminuir la jornada laborar remunerada y conseguir un reparto más justo y equilibrado de los tiempos socialmente necesarios: trabajo remunerado y trabajo doméstico (o no remunerado). Pero en el marco alterado de la crisis hay ideas que ya no sirven. A todas nos ha pasado que, pensando en alcanzar esa media jornada, nos pasamos trabajando las veinticuatro horas del día.
Quizá la cuestión es qué organización del tiempo, cualitativamente diferente, inventamos para que el recurso tiempo sea más rico.
En lugar de pensar el tiempo fragmentado (la media jornada, tiempo para mi / tiempo para otros, tiempo privado / tiempo público, tiempo gratuito / tiempo retribuido) ¿qué estructura colectiva del tiempo organizamos para que el tiempo del cuidado mutuo, de la escucha, de la amistad, del trabajo, de la colaboración, del descanso, de la soledad, de la formación, del ocio, sean solo uno?
Desde ahí hay algunos problemas-preguntas, esa estructura:
¿Cómo resistirá la inestabilidad de nuestros emprendimientos? Por ejemplo, hoy tenemos muchos encargos, mañana cero. ¿Y la dispersión que conlleva?
Y ¿cómo resistimos la feminización (mal entendida) del tiempo? Las mil tareas en simultáneo, el tiempo altruista de “lo hago mejor porque soy mujer”, “lo hago por amor”, es decir, la infravalorización del tiempo invertido en esas mil tareas.
Crecer es hacer conexiones de sentido
Una de las intenciones de este Login_ es “darnos mutuamente un suelo social más firme, menos frágil, en el que esta nueva economía para las personas pueda asumir incertidumbres, pero evite a la vez los riesgos de una catástrofe.”
Cuantas más conexiones de sentido logremos, más consistente será ese suelo: conexiones entre trabajo, vida, política, pasiones, lecturas, dinero, espacios, infraestructuras, necesidades, cuidados, vínculos, amigos, trabajo, familia…
Una conexión de sentido importante para nuestro crecimiento es la que logremos construir entre aquello que hacemos y con quiénes y para quiénes lo hacemos. Aquí las preguntas podrían ser: ¿Con quién queremos trabajar? ¿A quiénes queremos dedicar nuestro trabajo? ¿Para cubrir qué tipo de necesidades?
Podemos traernos (desde el cuidado) la idea de interdependencia para ponerla en el centro: todas dependemos del tiempo de trabajo que otras y otros nos dedican. ¿Qué figuras de colaboración encontramos que superen las de cliente/proveedor? ¿Qué conexión de conocimientos, complementariedades, qué comunes hacemos circular?
Porque si no conectamos todo esto desde nuestra vida, el mercado capitalista está dispuesto a organizarlo por nosotras: nos pone como primer sentido de nuestro trabajo el consumo, y nos dicta los deseos. Y, con esos parámetros, la terapia si estamos solas, el coaching si queremos sentirnos autosatisfechas, etc.
Un ejemplo extremo de ello son los talleres textiles de la comunidad boliviana en Buenos Aires. Los dueños de los talleres son dueños también de la radio que se escucha durante la extensa jornada laboral. La radio anuncia las fiestas del fin de semana en los locales de los mismos dueños. Las fiestas están patrocinadas por la agencia de viajes con la que el dueño negocia los viajes de los costureros y costureras desde y hacia Bolivia, ya que el dueño del taller también organiza los tiempos de estancia de las familias y su recambio por otro grupo “fresco” cuando el primero ya considera que ha ahorrado lo suficiente y no da más de sí.
Crecer es abrir espacios de vida
Nuestro espacio cotidiano se fragmenta en usos. Discurrimos entre espacios de circulación: de la casa al trabajo, del consumo al descanso, de la pantalla a la cocina. Y, a la vez que se fragmenta, el espacio de vida se contrae, se concentra, se densifica. Tenemos menos espacio y le adjudicamos más usos: la oficina está en casa y compartimos el espacio privado con otros pero sólo para soportar los gastos.
Es necesario dotarnos de espacios de creación, vida y afectos, donde quepan y se combinen el espacio personal necesario y el espacio común, a una escala justa, apropiable y determinada por nuestros movimientos y nuestras posibilidades.
Quizá la cuestión del espacio, como la del tiempo, es pensar qué organización cualitativamente diferente nos inventamos. Cómo hacer que el recurso “espacio” sea más rico y diverso, más estimulante, alegre y vivo, para que nos permita experimentar diversas relaciones, entre distintas generaciones, entre personas con conocimientos diferentes, también entre técnicas, herramientas, objetos… y economías.
¿Cómo hacer para que sea abierto y consistente a la vez, que ofrezca libertad de apropiación pero sin dejar de ser lugar de apoyo y refugio? Nuestro espacio será más firme también a partir de las conexiones de sentido que lo habiten: menos lugar de paso y más lugar de encuentro, menos de flujo y más de permanencia.
Así termina la exposición de Alida, y con esas vías abiertas rebotando en nuestras cabezas, salimos de la cafetería y nos dirigimos al mercado de San Fernando, un mercado de abastos que acoge actividades no típicas, y nos apretujamos en el Puesto en Construcción.
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